CRÍTICAS DE ARTE
Retórica de la
mancha y el trazo,
del color y el signo
POR: HERNÁN RODRÍGUEZ CASTELO.
Pasa de una incipiente figuración a una pintura matérica por influjo, sobre todo, de Oswaldo Viteri, en la escuela de Bellas Artes y hacia 1966 halla una primera manera de expresión personal en un expresionismo abstracto, rico de materia: formas simples y vigorosas, altas de materia, contra fondos obscuros, también muy texturados. Con obra así participa en la Bienal de Quito en (1968).
En Hamburgo estudia en la Escuela Superior de Arte, con maestros como Wilding - del grupo ZERO - y Max Bense, el semiótico. Recibe de ellos un fuerte impulso en la dirección sígnica.
Ya en la patria, en la primera mitad de la década de los 80, busca la síntesis: superar el puro informalismo por lo sígnico; dar rigor y lucidez a lo emocional y como instintivo; fundir visualmente mensajes provenientes de la sociedad alemana industrializada y de consumo con obscuros mensajes ancestrales.
En el 2000 participa en un gran seminario realizado en Colonia para reflexionar ,en el paso al nuevo siglo, sobre el arte del Siglo XXI. Presenta el proyecto Babel: pirámide hecha de círculos metálicos concéntricos, y al pie, rodeando esa simbólica torre de Babel, un espacio de piedras de carbón, restos de destrucción del mundo, mientras desde 7 puntos exteriores de ese gran círculo - número cabalístico - monitores difunden cantos, lamentos, confusión de lenguas.
Babel quería representar simbólicamente el poder de los hombres que se alzaban sobre otros hombres y ansiaban alcanzar, por desarrollo y tecnología, parámetros superiores.
Llegar a dioses, como en la Babel bíblica, sin importar que erigiésen su torre de poder sobre ruinas ennegrecidas. La idea de Babel iba a marcar la producción del artista en el nuevo siglo.
El valle de los Dioses en los desgarramientos pitóricos de Jorge Guillermo Artieda Acosta
POR: FERNANDO UREÑA RIB
De entrada se advierte el ardid. Sospecha que podría ser usted (el espectador) el blanco de un ataque visual inesperado. Intuye que es usted la víctima propiciatoria. Notará que se apunta desde un eje, que desde un punto central le disparan sin yerro fuerzas concéntricas, magnéticas, telúricas. Primero le golpearán en el rostro estas osadas imágenes de Jorge Artieda. Luego le sacudirán las vibraciones, le asaltarán como dardos los agudos contrastes, las afiladas aristas y le caerán encima rombos y círculos saturados de fino polvo de mármol y de engrudo. Se sentirá atrapado entre tensas cadenas, liado a las redes de algún naufragio. Advertirá los alambres de un fuselaje y creerá ver en la imágenes mapas geodésicos, planes bélicos la memoria de hegemónicas transiciones.
De alguna manera sabrá que no le será posible ya escapar al asedio. No le será posible volver atrás. Usted sabe que habrá de enfrentar esta obra concienzudamente.
Si se decide por auscultar meticulosamente el espinoso terreno descubrirá cuerpos ocultos, minas, trincheras solitarias. Vestigios de una guerra que no le es ajena. Usted toca estas imágenes a su propio riesgo. El peligro no está, sin embargo, en las texturas irisadas, punzantes y alteradas. El secreto no está en las oxidaciones, ni en grumos obscuros que se desprenden de los muros, ni en las grises superficies tratadas con la sustancia misma de la que se construye el tiempo. El enigma va más allá de toda esa rica y espesa materialidad desbordada.
El primero, el que salta a la vista, no es de difícil conjetura: Es el mundo racional de la contemporaneidad plástica, de la abstracción occidental, europea, que conquista el viejo anhelo de reducir el mundo a ciertos principios esenciales. Sin embargo, el campo de batalla esta delineado ahí.
Ahí mismo están las marcas, las señales, las cruces. De un lado los bastiones, las adargas y del otro las lanzas, el pecho abierto, el corazón henchido, la sangre derramada. Se ve el dolor, el desgarramiento. Se ve con claridad desde la altísima visión del cóndor. Se ve sobre la estructurada geografía de los valles o sobre las altas sierras dependientes austeras. Se ve el otro mundo, el primigenio. El que nos apunta desde las sombras. Es el que se resiste al olvido. Es un mundo primordial, ancestral y remoto cuya digna presencia justifica poderosamente la obra certera de Jorge Artieda, desde la tupida vegetación del valle de los Dioses.
Los Signos
POR: MANUEL ESTEBAN MEJÍA
Del mundo y del hombre se ha pintado casi siempre su realidad visible, pero se ha hecho caso omiso a su realidad invisible, aquella que siendo exterior no la vemos por ser cotidiana, habitual, rutinaria, como transcurren nuestras vidas en las ciudades, o siendo interior involucra una reflexión sobre nosotros mismos y lo que nos rodea. Así, no hay extrañeza en señalar que el arte de hoy se expresa en apretadas síntesis de saber y experiencia, de afirmaciones y negaciones propias del ser contradictorio que somos, y que habitando estas ciudades que son símbolos de nuestra civilización, el arte se organice en torno a estos problemas. Y tampoco que el artista, como conciencia de su tiempo que es, produzca una obra que refleja estas armonías y discrepancias.
A estos últimos ámbitos de lo real se dedica Artieda y de ellos extrae su cosmovisión: un universo fragmentario pero lúcido que se traduce a color y signos y que es una consciente visualización de esta contemporaneidad. El suyo no es, pues, un trabajo que permanezca en el puro campo de la especulación abstracta, sino una producción que inmiscuye los valores más comunes de esta realidad. No hay una geometría en estricto sentido, sino formas y líneas con valor de signos y grafismos cotidianos que integran el “gestus” social e individual de nuestro tiempo.
Percibo esta obra como un grito, un canto que es afirmación de la vida y de lo bella y terrible que es o puede ser. La veo como constancia de vitalidad, de inteligencia y sentimiento, que se enfrenta a nosotros como una verdad que nos identifica y define.
El logro de Artieda es concretar su visión en un puro lenguaje plástico. Por eso estos óleos, acrílicos, y témperas nos seducen con la pertinencia de su imagen, donde cada elemento, individualizado y en colectiva acción, cumple funciones estrictamente artísticas: integrar un universo a partir de un caos de origen, permitiéndonos observar este caos y también su ordenamiento final.
El álgebra de los signos
POR: RAFAEL HERRERA GIL
No es el decano de la Facultad de Artes el que habla sobre la obra de uno de los profesores que integran la planta docente de la institución; es simplemente alguien que en los últimos años ha visto de cerca el trabajo de creación de una de las obras pictóricas mas serias y trascendentes de las artes plásticas del Ecuador contemporáneo : la de JORGE G. ARTIEDA.
Cuando el año pasado me tocó escribir la nota crítica del catálogo de la Bienal de Sao Paulo para presentar la obra de los ecuatorianos que nos representarían, decía que en el trabajo de este artista se funden la coherencia intelectual y la armonía plástica.
Pero decía también que la serie de símbolos que crea y el magnifico tratamiento de color resumen algunas de las sobresalientes características del hacer pictórico del Artieda.
Su obra resiente ratifica sus preocupaciones fundamentales, su necesidad de situar su mundo creativo, al hombre y situarse el mismo a partir de la latitud cero , geográfica y humanamente hablando, en la mitad del mundo , desde la cual parte hacia el encuentro del universo. Pero de frente a la vida.
El color, ahora en el uso de fríos cuya fuerza está en el tratamiento maestro que el pintor ha logrado en esos azules o negros, donde los cálidos no dejan de establecer el intencional contraste que quiere alcanzar. Artieda se muestra entonces dominador de su oficio el que se caracteriza por ser particular y universal al mismo tiempo.
En esta obra nueva se advierte, además que el artista no abandona los signos obvios, visible - álgebra de los signos humanos- que caracterizan su trabajo anterior; pero añaden un mundo de elementos que son más de orden intelectual y emocional que intuitivos.
Sutilmente también el pintor a recorrido al "collage" en algunos cuadros más que otros- , pero con certeza de que los elementos extra-cuando no tienen que entrar en la obra hasta convertirse en lo más significativo de ella. No hay por lo mismo, ningún elemento innecesario o inútil.